miércoles, 15 de septiembre de 2010

Patas de cabra

Como en uno de esos cuentos de brujas y magia, todo absolutamente todo lo que Olivia pedía, aparecía en sus estantes y en su mochila. De sus padres había aprendido poco y nada y entre eso estaba el secreto para saber querer.
Así, el malcriado personaje pedía sin reparar en costos ni cantidades. La última muñeca, un kit de pinturas, no caerse nunca más de la bicicleta o que llegara el amor de su vida.
Olivia sabía cómo y cuándo pedirlo. Primero agradecía de antemano cada regalo que recibiría:
 -Me lo merezco! gritaba con los ojos cerrados.
- Me lo merezco y es mío! y se autoproclamaba dueña de vidrieras y hechos.
El último regalo tardó tanto en llegar que tuvo tiempo para detallarlo enterito. Le agregó el tono de voz, la mirada y dos o tres razones por las que pelearían seguido. Cerró los ojos y lanzó su hechizo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Cazadora

Antonia tenía muy claro qué era lo que mejor sabía hacer.
Atrapaba ventanas, mosquitos, cocinas y si le quedaban ganas y tiempo, no dudaba en atrapar cosquillas y humanos. Moría por los humanos y sus recuerdos. Se regocijaba pensando qué más podía agarrar, pero eso de aferrarse a la memoria de los otros, la volvía casi tonta o casi loca.
Era de esa señoras que llevan ruleros todo el día. Como si una gran, gran fiesta estuviese a punto de llegar.
Y era un poco bajita, un poco gordita, un poco tímida. Le daba vergüenza contarle a sus amigas que lo único que la hacía verdaderamente feliz no era amasar ni tejer, sino atrapar.
Se quedaba en ese recuerdo de lo que alguna vez tuvo en sus manos. Pero se quedaba cómoda, meciéndose en esa nostalgia que nos encanta sentir.
Lo que alguna vez fue presente, cosas que supo sentir bien de cerca, personas que tuvo al lado, pegadas a ella y a su redondito cuerpo. Cosas que ya no tiene, pero que bien supo atrapar.
Así era como Antonia conseguía que todo siga ahí, exactamente donde lo había dejado.
Un absurdo paso del tiempo, para la pobre mujer que guardaba todo en un mismo segundo de cacería.

lunes, 30 de agosto de 2010

Santa Rosa y otros amores

Siempre pensamos lo que es justo y lo que no. Y nos encanta regocijarnos en lo que justamente no lo es. Así, las pestes nos rodean y es esa amargura la que nos permite soltar palabras y escribir sin hacer cuentos de hadas.
Siempre se habla de perder y de ganar, como si las dialécticas de una hueca e insensata estructura que venía de antemano, nos obligara a elegir entre una y otra.
Siempre es aconsejable recordar lo que perdimos con dolor. Porque así en el fondo es como nos gusta sentirnos. Cómodos y libres de culpa.
Siempre hasta hoy.
Que me desperté pensando que estaba bien que sea así, que nunca hubiese llegado si vos no te ibas primero. Que los cambios, las mudanzas y el amor tienen indefectiblemente que ser así, de un momento al otro. Y porque al revés de lo que nos enseñaron, primero se muere y luego se nace.

viernes, 20 de agosto de 2010

3 días

Estaba en medio de una película francesa, o mejor dicho chilena. Una historia de Isabel Allende, donde las sombras no son tan claras.
Hoy vino un hombre a casa a ponerme Internet y teléfono. No fue una instalación más.
Sin saberlo, el tipo venía a traerme oro en polvo.
Mañana tengo que lavar la ropa y pasado comprarme un velador. Tuve problemas con ese término. “Velador” es un mueble y no una luz que ilumina las habitaciones para no tener miedo a los monstruos y brujas que, como es sabido, atacan de noche y por los pies.
En Tiago no hay gente maleducada. El agradable trato se mantiene constante sin altas ni bajas. Siempre igual. No hay gritos ni carcajadas, ni peleas, ni llantos. A decir verdad, no hay mucho.
Lo que si hay son locales. Miles de negocios con luz brillante que me hacen sentir que la vida es comprar, vender y gastar. Dependiendo de mi ánimo me gustan o me revuelven las tripas. 
Hace un mes atrás, a cinco cuadras de mi casa en Buenos Aires, inauguraron un Farmacity. Si, una ciudad de Fármacos, donde se puede ser feliz por un ratito, con esas mismas luces blancas que nos avisan que los martes a la noche también hay vida en la ciudad.
Si Farmacity es un nombre ridículo, mejor no analicemos mucho “La casa del enfermo”. ¿Qué se vende en esa cadena chilena? Nunca entré, pero me imagino que curitas, vendas y bastones.
Es divertido adivinar qué se vende, según el nombre del local.
“Tres Hermanos”, “Te sigo queriendo” y “La morocha”. Almacén, Ropa y un bar en la costanera.
Ya sé que los prejuicios son de la vieja tierra, pero el amor fugaz y ponerle mucha sal a la comida también. Así que para decretar lo que es bueno, sólo hay que saber dónde pararse.
Desde casa se ven árboles y el sol es constante en estos días. Tres días, de mil horas cada uno.
Mi vieja casa es una nave espacial comparada con mi nuevo lugar. Sé que cuando vuelva, voy a querer mantener esta linda antigüedad.
El clima es tan seco que se me quiebra la piel, aunque el alisado del pelo contrarresta y el balance da igual a Buenos Aires. Más cremas, menos secador.

Este, por ahora Tiago, me trata bastante bastante bien.

jueves, 19 de agosto de 2010

Trío

Al igual que en la Primavera anterior, Pedro vuelve a arrancar con los dientes el envoltorio de su regalo. El labrador lo mira dandole el visto bueno. Los dos saben cómo se hace. Se empieza por cualquier lado, se pellizca entre los colmillos y se tira para afuera.
El papel destrozado representa el típico entusiasmo que Pedro le pone a todo. 
Olivia sigue con la negativa a caminar. Le gusta ir en cuatro patas, para ver orugas y tocarlas si nadie la ve.
Golpe detrás de la nuca y Pedro reacciona con un tirón de pelos. Juana quiere que sea su cumpleaños y no el del tonto de su hermano.

martes, 6 de julio de 2010

Sin Partes

Lo que le sucedía a Clara la tenía bastante confundida. No sabía si era ella la del problema, la que no podía vivir sin sentirse necesitada o si todos en  aquel pueblo sentían exactamente lo mismo, con la sutil diferencia de que la gente buscaba por las buenas o por las malas encontrar esa bendita compañía.
Uno tenía que ir al mercado y pedirlas. Ahí te daban el nombre, la edad (la edad era un punto importante), de qué trabajaba, algunas aspiraciones y listo: salías de ahí con una gran o pequeña compañía (siempre dependiendo del dinero que el comprador poseía).
Había altas, bajitas y chiquititas. Hombres, mujeres, adolescentes, ancianos. Amigos, novios, amantes, parientes. De todo y para todos.
Y así a Clara se le mezclaba lo que sentía ella, con lo que sentía aquel pueblo.
Es común que nos perdamos entre lo que nos pasa y lo que le pasa al resto. Entre lo que pensamos de nosotros y la mirada del otro. Nos puede llevar una vida entender que todo forma parte de lo mismo, que uno lleva lo que ve y deja lo que trae.
Tal cual sucede en el mismísimo mercado.
- Dame unos tomates, medio kilo de naranjas y ese, ese tipo que tenés ahí, cómo se llama?

sábado, 19 de junio de 2010

Relevo de partes

Pedro busca lo malo aún en la espuma de baño y en los cuentos de hadas. No hay forma de explicarle que lo bueno está presente en todo lo que existe.
Desde que lo conozco, el tipo se refugia en el dolor de haber perdido a Elisa. Pedro vuelve una y otra vez a lo mismo.
Cae, sin ánimos de estar mejor y con unas ganas terribles de provocarnos lástima.

Hace unos veinte años, su plan maestro había consistido en que alguien se apiade de el, lo arrope, le de comida y lo deje vivir en una caja de cartón con alguna mantita para que huela en la noche. Así nunca iba a sentirse solo ni desprotegido.
Parecía un disparate para todos, menos para la estúpida de Elisa que cuando vio esas cejas caídas no pudo hacer otra cosa más que encargarse de él hasta que la muerte los separó.


Pasado el duelo eterno y al poco tiempo de haber almorzado con la que creía ser próxima novia, el nuevo Pedro empezó a pensar que ella podía ser la nueva Elisa. Radiante hembra capaz de cicatrizar heridas aún latentes en los cajones, en el pelo y en los bigotes de mi fiel amigo.

Más de sesenta y dos veces le he dicho a Pedro que abandone esa dolorosa forma de vivir, pero no es cuestión de insistir. El no para de explicarme que ya me ha oído y que si quiero cambiarlo, primero debería empezar a cicatrizar a mi propio Pedro.
Ese que según él todos llevamos dentro.

miércoles, 16 de junio de 2010

Con eso alcanza

A veces, Mariel creía saberlo todo. Cómo comandar un equipo de sesenta abejas, cómo tejer un pulóver sin agujas o cuál era la mejor forma de leer un libro sin abrir los ojos.
A veces pensaba que podía desaparecer, pero la idea de que nadie sepa de ella la angustiaba y prefería quedarse ahí a la vista de todos.
Con el tiempo Mariel se fue creyendo que tenía la agresividad de una fiera. En realidad era tan débil que avergonzaba.
Mariel solía tener siempre algo bueno que hacer: bordar palomas, fabricar espuma o limpiar el cuarto ese, donde hace unos años vive con su gata.
La mascota no tenía mucha intención de ser mascota, más bien era su amiga, su secretaría, su médica, su peluche a pilas.
Después de años de estar extrañando, vaya a saber uno a quien, un día mirándose al espejo, descubrió que llevaba atrapada en su ojo izquierdo, una pestaña azul. Una larga, finita y esponjosa pestaña.
Le pidió a Tata que la ayude un poco, una garra por aquí, otra un poco más allá y la pestaña tenía que salir de una u otra manera.
Pero nada, por más que la gata lo intentó mil veces, la cosa permaneció intacta.
¿Será que no es una pestaña? tal vez es el hilo que todos tenemos, digo ese, donde termina el cuerpo. En algún lugar tiene que terminar nuestra anatomía -pensaba Tata-
Mariel también lo pensaba o se lo copió en el momento, pero la teoría felina era aceptable. Podían presentarla en alguna de esas enciclopedias que hoy flotan por ahí. Tatapedia se llamaría…
Cuando terminaron a cerrar la idea, dejaron de preocuparse.
Mariel le hizo la leche y Tata le dio unos besos.

lunes, 14 de junio de 2010

Viaje al ego

Mi miedo era terror, pánico a no poder salir del dolor de siempre. El mismo que se repetía cada vez que la rutina daba un giro inesperado. Inesperado para nosotros claro, que nos encanta creer que sabemos más o menos lo que va a pasar. Y así nos quedamos calmaditos.
Cuando nos toma desprevenidos, cuando nadie nos avisa que mañana las cosas no van a ser como hoy o como ayer, el tiempo literalmente se nos detiene. Ya los segundos no forman minutos y los minutos se cuentan en cualquier otro tipo de artefacto menos en un reloj.
Uno mide el tiempo que se la pasa angustiado, cuantas veces no suena el teléfono o cuánto falta para que llueva de una buena vez.
Y así, convertida en un trapo (de esos que nos gustaría tirar pero no lo hacemos porque justamente son trapos) me quedé esperando que algo vuelva a activar esa rutina que tan bien sabía calmarme.
Entonces morí.
Y bajé, hasta el abajo más llano que existía en Orquicedón. El lugar donde viven los que mueren aún sin haber sido enterrados.
Me quedé hablando con ellos un buen rato, de pérdidas, lágrimas, nudos, angustias. Es lindo ver como entre nosotros podemos contagiarnos todo. Un bostezo, unos zapatos, una cartera, una mujer o una tremebunda forma de ver la vida. Tenemos la facilidad de traspasar el cuerpo y leer lo que hay en el otro, hasta convertirlo en el reflejo de lo que queremos y de lo que odiamos. De nuestros sueños y por supuesto de nuestra peor pesadilla.
Terminé de escuchar a todos mis espejos y preferí volver a tierra firme.

sábado, 20 de febrero de 2010

Alivio

Antonia no hacía más que refugiarse en esa casa, en la almohada y sus mil plumas. Creía que los objetos que la rodeaban la querían y pensaba que las personas que tenía cerca no sabían entenderla.
Antonia era al revés.
Y fue, sumergida en esa tristeza, que vio como el tiempo se le iba desmoronando despacito hasta sentir que se le caía encima.
Nada le alcanzaba a la pobre tipa.
Había días que elegía refugiarse en un ropero y otras en un teléfono. Apoyaba el oído y se convencía que alguien estaba del otro lado, hablándole de todo eso que hablan las parejas. La invitaban a salir, le comentaban las noticias, le leían los chistes del diario y le relataban fotos de vacaciones que nunca habían existido.
Cuando ya no daba más y comenzaba a sentir que se le anudaba el alma, salía de la casa y corría en busca de alguien de carne y hueso.
Y ella siempre estaba ahí.

jueves, 28 de enero de 2010

Me fui

-¿Dónde queda lo lejos?- le preguntó Tomás a Ana, que después de darse el baño de inmersión había quedado un poco tarada.
Seguramente queda lejos de lo que sentimos cerca, de tu casa, tus sábanas, tu olor.
Eso quería escuchar Tomás. Eso fue lo que le quedó por decir a Ana.
Me voy -dijo- me voy lejos entonces, porque lo cerca dejó de gustarme.
Últimamente o ese día, todo lo que le hacía bien a Tomás había cambiado.
Parece que Francisca había dejado de ir a la escuela. Parece que se había agarrado del placard una gripe de esas que preocupan a los padres. Parece que el mundo entero pedía para que Tomás prefiera irse y no quedarse.

miércoles, 13 de enero de 2010

Felicidad a cuerdas





Las palabras no dicen mucho.
Siempre creí que era al revés, me lo enseñaron desde chica pero nunca les llevé el apunte a mis papás.
A veces no hay palabras. Hay suspiros. Y los suspiros no se atrapan, quedan flotando en el aire, como esas cosas que decimos sin pensar y quedan. Quedan ahí.
Cuando Nahuel le gana al truco a Tomás o cuando Carlos se encapricha con María, vuelve a pasarles lo mismo.
En un segundo lo que era deja de ser y queda flotando en una nube hasta que llueva de una buena vez.
Parece que no es tan divertido tener lo que queremos.
Parece que un día, la mediocridad de Carlos le rogó al infeliz que no pida más nada.
Que sueñe a lo grande, pero que nunca por nada del mundo lo intente alcanzar.
¿Qué mejor hechizo que el del nunca vivir?

domingo, 10 de enero de 2010

Esperemos que se haga lunes.

El médico del Domingo

Eran no más de veinte cuadras, de doscientas casas, de dos mil almas.
Y en ese mismo lugar Oscar, el más antiguo de la Aldea, recomendaba soluciones rápidas y sencillas.
Ayudaba a las mujeres que no sabían cocinar, a los hombres que no podían jugar con sus hijos y a las abuelas que se sentían solas.
Como todos tenían problemas, a Oscar nunca le faltaba trabajo.
Resolvía aproximadamente ocho o nueve conflictos por día y después se pasaba la tarde leyendo en la plaza nueva, en la del tren.
Un día tocaron el timbre y pasó a tener enfrente a Helena, una tipa levemente insoportable con posibilidades de presentar mejoras.
La mujer estaba repleta de ojeras, arrugas y lunares. Repleta de cosas.
Helena saludó a Oscar.
Oscar le preguntó cuánto tiempo más iba a seguir ahí parada.
Helena frunció la nariz, apretó los dedos de su mano, se corrió el pelo, balbuceo un poco, se acomodó uno de los bultos que llevaba. Todo eso en dos segundos.
Eso la hacía insoportable. Eso y la enferma manía de hacer nudos con su vida.
Atraigo lo que me repele
y rechazo lo que encandila.- dijo.
Y se quedó mirando a Oscar, hasta que el tipo se dignara a contestarle y resolver el conflicto número seis del día.

martes, 5 de enero de 2010

Dejé de ser. Soy.

Lo viejo se pone nuevo y lo nuevo vuelve a ponerse viejo en un tiempo.
Me había negado a volver a escribir.
Hacía más de 97 días que buscando lo mejor de las palabras, me quedé sin decir nada.
Lo que suele pasarle a varios, cuando quieren hacer todo.
A veces, intentamos cumplir con mandatos que ni siquiera sabemos que están formando parte de nosotros.
Pero están en nuestras espaldas y nos gusta que sigan ahí, para después poder contárselos a todos.
Ser educada, orgullosa, dinámica y sociable.
Ser lo que otros esperan que seamos es lo más real que encontré en el camino.
Ser franca, transparente. Pero nunca ser verdad.
Odiar a los hipócritas, a los mentirosos y a los que hacen trampa.
Amar a los guionistas, matar a los políticos.
Desde, para y hasta la muerte.
Las cosas existen, la vida pasa, los hechos aparecen siempre y cuando creemos en ellos.
Y así, creyendo en todo, un día creí que era el momento de ser.
Me compré mi jabón, mi cepillo de dientes, mi sillón y me fui a no más de 157 metros de trípoli.