martes, 6 de julio de 2010

Sin Partes

Lo que le sucedía a Clara la tenía bastante confundida. No sabía si era ella la del problema, la que no podía vivir sin sentirse necesitada o si todos en  aquel pueblo sentían exactamente lo mismo, con la sutil diferencia de que la gente buscaba por las buenas o por las malas encontrar esa bendita compañía.
Uno tenía que ir al mercado y pedirlas. Ahí te daban el nombre, la edad (la edad era un punto importante), de qué trabajaba, algunas aspiraciones y listo: salías de ahí con una gran o pequeña compañía (siempre dependiendo del dinero que el comprador poseía).
Había altas, bajitas y chiquititas. Hombres, mujeres, adolescentes, ancianos. Amigos, novios, amantes, parientes. De todo y para todos.
Y así a Clara se le mezclaba lo que sentía ella, con lo que sentía aquel pueblo.
Es común que nos perdamos entre lo que nos pasa y lo que le pasa al resto. Entre lo que pensamos de nosotros y la mirada del otro. Nos puede llevar una vida entender que todo forma parte de lo mismo, que uno lleva lo que ve y deja lo que trae.
Tal cual sucede en el mismísimo mercado.
- Dame unos tomates, medio kilo de naranjas y ese, ese tipo que tenés ahí, cómo se llama?