sábado, 19 de junio de 2010

Relevo de partes

Pedro busca lo malo aún en la espuma de baño y en los cuentos de hadas. No hay forma de explicarle que lo bueno está presente en todo lo que existe.
Desde que lo conozco, el tipo se refugia en el dolor de haber perdido a Elisa. Pedro vuelve una y otra vez a lo mismo.
Cae, sin ánimos de estar mejor y con unas ganas terribles de provocarnos lástima.

Hace unos veinte años, su plan maestro había consistido en que alguien se apiade de el, lo arrope, le de comida y lo deje vivir en una caja de cartón con alguna mantita para que huela en la noche. Así nunca iba a sentirse solo ni desprotegido.
Parecía un disparate para todos, menos para la estúpida de Elisa que cuando vio esas cejas caídas no pudo hacer otra cosa más que encargarse de él hasta que la muerte los separó.


Pasado el duelo eterno y al poco tiempo de haber almorzado con la que creía ser próxima novia, el nuevo Pedro empezó a pensar que ella podía ser la nueva Elisa. Radiante hembra capaz de cicatrizar heridas aún latentes en los cajones, en el pelo y en los bigotes de mi fiel amigo.

Más de sesenta y dos veces le he dicho a Pedro que abandone esa dolorosa forma de vivir, pero no es cuestión de insistir. El no para de explicarme que ya me ha oído y que si quiero cambiarlo, primero debería empezar a cicatrizar a mi propio Pedro.
Ese que según él todos llevamos dentro.

miércoles, 16 de junio de 2010

Con eso alcanza

A veces, Mariel creía saberlo todo. Cómo comandar un equipo de sesenta abejas, cómo tejer un pulóver sin agujas o cuál era la mejor forma de leer un libro sin abrir los ojos.
A veces pensaba que podía desaparecer, pero la idea de que nadie sepa de ella la angustiaba y prefería quedarse ahí a la vista de todos.
Con el tiempo Mariel se fue creyendo que tenía la agresividad de una fiera. En realidad era tan débil que avergonzaba.
Mariel solía tener siempre algo bueno que hacer: bordar palomas, fabricar espuma o limpiar el cuarto ese, donde hace unos años vive con su gata.
La mascota no tenía mucha intención de ser mascota, más bien era su amiga, su secretaría, su médica, su peluche a pilas.
Después de años de estar extrañando, vaya a saber uno a quien, un día mirándose al espejo, descubrió que llevaba atrapada en su ojo izquierdo, una pestaña azul. Una larga, finita y esponjosa pestaña.
Le pidió a Tata que la ayude un poco, una garra por aquí, otra un poco más allá y la pestaña tenía que salir de una u otra manera.
Pero nada, por más que la gata lo intentó mil veces, la cosa permaneció intacta.
¿Será que no es una pestaña? tal vez es el hilo que todos tenemos, digo ese, donde termina el cuerpo. En algún lugar tiene que terminar nuestra anatomía -pensaba Tata-
Mariel también lo pensaba o se lo copió en el momento, pero la teoría felina era aceptable. Podían presentarla en alguna de esas enciclopedias que hoy flotan por ahí. Tatapedia se llamaría…
Cuando terminaron a cerrar la idea, dejaron de preocuparse.
Mariel le hizo la leche y Tata le dio unos besos.

lunes, 14 de junio de 2010

Viaje al ego

Mi miedo era terror, pánico a no poder salir del dolor de siempre. El mismo que se repetía cada vez que la rutina daba un giro inesperado. Inesperado para nosotros claro, que nos encanta creer que sabemos más o menos lo que va a pasar. Y así nos quedamos calmaditos.
Cuando nos toma desprevenidos, cuando nadie nos avisa que mañana las cosas no van a ser como hoy o como ayer, el tiempo literalmente se nos detiene. Ya los segundos no forman minutos y los minutos se cuentan en cualquier otro tipo de artefacto menos en un reloj.
Uno mide el tiempo que se la pasa angustiado, cuantas veces no suena el teléfono o cuánto falta para que llueva de una buena vez.
Y así, convertida en un trapo (de esos que nos gustaría tirar pero no lo hacemos porque justamente son trapos) me quedé esperando que algo vuelva a activar esa rutina que tan bien sabía calmarme.
Entonces morí.
Y bajé, hasta el abajo más llano que existía en Orquicedón. El lugar donde viven los que mueren aún sin haber sido enterrados.
Me quedé hablando con ellos un buen rato, de pérdidas, lágrimas, nudos, angustias. Es lindo ver como entre nosotros podemos contagiarnos todo. Un bostezo, unos zapatos, una cartera, una mujer o una tremebunda forma de ver la vida. Tenemos la facilidad de traspasar el cuerpo y leer lo que hay en el otro, hasta convertirlo en el reflejo de lo que queremos y de lo que odiamos. De nuestros sueños y por supuesto de nuestra peor pesadilla.
Terminé de escuchar a todos mis espejos y preferí volver a tierra firme.