domingo, 10 de enero de 2010

El médico del Domingo

Eran no más de veinte cuadras, de doscientas casas, de dos mil almas.
Y en ese mismo lugar Oscar, el más antiguo de la Aldea, recomendaba soluciones rápidas y sencillas.
Ayudaba a las mujeres que no sabían cocinar, a los hombres que no podían jugar con sus hijos y a las abuelas que se sentían solas.
Como todos tenían problemas, a Oscar nunca le faltaba trabajo.
Resolvía aproximadamente ocho o nueve conflictos por día y después se pasaba la tarde leyendo en la plaza nueva, en la del tren.
Un día tocaron el timbre y pasó a tener enfrente a Helena, una tipa levemente insoportable con posibilidades de presentar mejoras.
La mujer estaba repleta de ojeras, arrugas y lunares. Repleta de cosas.
Helena saludó a Oscar.
Oscar le preguntó cuánto tiempo más iba a seguir ahí parada.
Helena frunció la nariz, apretó los dedos de su mano, se corrió el pelo, balbuceo un poco, se acomodó uno de los bultos que llevaba. Todo eso en dos segundos.
Eso la hacía insoportable. Eso y la enferma manía de hacer nudos con su vida.
Atraigo lo que me repele
y rechazo lo que encandila.- dijo.
Y se quedó mirando a Oscar, hasta que el tipo se dignara a contestarle y resolver el conflicto número seis del día.