viernes, 26 de junio de 2009

Planes para después

Mañana voy a sonreír cuando me enoje, aunque me sobren las ganas de llorar y tenga una bola de chinches en la garganta.

Mañana voy a insultar una o dos veces en voz baja, al tipo que se anime a desenvolver un caramelo o a masticar el pochoclo en un cine.

Mañana voy a tocarle el tapado de piel a una señora sin que lo note y después entrar en una peluquería para gritarles a todas las mujeres que son lindas así como están, que no necesitan hacerse nada.

Mañana voy a mirar vidrieras de hombres, preguntar por precios que no me importan y entrar al probador a reírme un rato.

Mañana voy a entrar a un edificio bien alto y viajar en ascensor por lo menos 20 pisos. En caso de que alguien me llegara a preguntar algo, le voy a decir que pretendo subir.

Mañana voy a dormirme parada en algún colectivo, para que me sostengan extraños de buen abrigo, como los que se aparecen en pleno calor de invierno.

Hoy dejo todo para mañana.

lunes, 15 de junio de 2009

Prefiero guardar un peluche


Conozco a varias mujeres, que suelen sacar de sus elegantes carteras un perfume Johnson´s Baby con total naturalidad.
Si mal no leí, la loción imita a un bebé recién bañado. A un bebé con mantita, con pañales, con talquito. A una criatura inocente que aún no puede comprarse su propio perfume.

Acepto que tengamos buenos, buenísimos recuerdos de nuestra infancia, pero de ahí a pretender oler igual que un bebito hay un gran paso.
Mujeres raras las de hoy.


sábado, 13 de junio de 2009

Lo que viene conmigo


Robo encendedores. Pero después no los devuelvo.
Los arranco de sus dueños.
Me parece injusto tener que pagar por algo que es mío.
Me da ira comprar fuego.

martes, 9 de junio de 2009

Nada por sentado

Se suponía que estaríamos bien.
Que te volvería la calma al cuerpo.
Que tu histeria urbana iba a cesar.
Que acá ibas a encontrar lo que tanto te estaba haciendo falta.
Que ya no pelearías con las nenas de la cuadra.
Que te harías biodegradable.
Que formaríamos uno.
Pensaba que después de un tiempo,
dejarías de encapricharte con los políticos, con los sueldos, con las huelgas.
Habíamos quedado en que me llamabas a las once de una noche.
Se suponía que no eras tan imbécil.

Volver



La nena soltó esa cadena que le lastimaba las rodillas, se desató el moño del pelo y completamente despeinada fue a buscar a los tres negritos que la hospedaron por setenta días y medio en una de las casas del barrio Mantú Mará.
Durante ese tiempo se dedicó a plantar árboles. El más grande fue un Tilo, que ahora vive con ella en la casa del techo de vidrio.
Después jugó a cocinar, a lavar la ropa y a mover las manos hasta confundirlas con el viento.
Cumplidos los setenta días, volvió.
Volvió ella y su mochila de pesares.
Volvieron los colectivos repletos de gente, los encontrones de Parque Patricios, las histéricas botas de invierno, un insoportable concurso de cine y varias peleas con la otra nena que vivía no tan lejos de la casa con techo de vidrio.

Sanar

Hoy lo lindo es cerrar los ojos
y contar con la certeza
de llevarte en cada paso.

Y no te preocupes si me vuelvo azucarada
ya voy a compensar esta cursilería
insultando a algún taxista,
usando ropa gastada,
o saliendo sin paraguas
aunque el cielo se esté cayendo a pedazos.

Lo que te prometo,
es quedarme con tu inconfundible voz de abuelo,
con tus impostergables siestas,
con tus inoportunas sonrisas.

Con tu mirada voy a lograr
la foto más intensa que jamás nadie imaginó.
Y con tus arrugas pienso armar un bandoneón,
para que sigas sonando en tus nietos,
en tus hijas,
y en Rosita.

Pero recién cuando sea de noche,
esté todo bien oscuro,
y nadie pueda escucharme
voy a decirte cuánto te quiero
aunque tenga que cerrar los ojos
Para volver a encontrarte.

viernes, 5 de junio de 2009

Precisamente ahora

Cuarenta, veinticinco, veinte y punto muerto.
El semáforo funciona como el gruñido del león, ése que anuncia con trompetas la llegada de un espectáculo.
Los hombres de rojo, enfrente, confirman las sospechas.
Un Renault 12 a la derecha y un 147 repleto de gente, justo atrás de mí.
Espero en primera, pero nunca llego a distenderme, entiendo que esto no va a durar mucho más.
En la calle, un hombre con pocas habilidades, intenta hacer que este instante se vuelva mucho, pero mucho más largo.
Mientras los de rojo siguen esperando. Los de rojo y dos mujeres de tapados bien peludos, que rezan para que todo esto termine del otro lado de la calle.
El tiempo se disuelve en el tiempo.
Seis clavas en el aire y ya no hay malabares que distraigan a nadie.
La furia empieza a brotar. Tenemos hijos, partidos de tenis, almuerzos, novelas y hornallas esperándonos en nuestras casas. Tenemos cosas más importantes como para que el tiempo se detenga justo ahora.
Cuando todo está a punto de explotar, los hombres de rojo empiezan con la revuelta. Se apagan para volver con más fuerzas, vienen y van. Marchan, como agitando a las masas, buscando en peatones y conductores de todo tipo, la llegada de una gran revolución.
Es evidente que ya nadie tolera semejante pérdida de tiempo.
La lucha contra la opresión de la espera toma más fuerzas cuando se le suma una de las mujeres con tapado, que abandonando la vereda, se anima a desafiar autoridades.
Basta de esperar.
El mástil amarillo sigue inmune, obediente y casi descerebrado, pero igual no lo culpo.
Ya no son seis clavas en el aire. Ahora el tipo tiene tres en una mano y tres en otra. Camina por las ventanillas cerradas, esperando como nosotros que la emboscada urbana termine.
Con una postura mucho más violenta, verdes hombres se imponen sobre el resto. Aniquilan a los de rojo, permiten nuestro paso y con eso, ya no quedan testigos de la falta de libertad constante que se vive en Pampa y Triunvirato.

miércoles, 3 de junio de 2009

La envidia sin respaldo

Por creer en fantasías,
de sentirse el centro mismo
de una vida muy cercana,
que se aleja por ajena,
una vida que te engaña,
te revuelve,
ya no es tuya,
te estabas volviendo, loco,
inseguro, insatisfecho,
más que nada una resaca,
una escoria de tu mundo,
un vacío existencial.

Por la espalda lo atrapaste, te vengaste, lo escupiste,
lo pinchaste, lo mataste
y él no supo a quién mirar.
Quemarropa muerte sana,
deja viva incertidumbre,
que despierta entre los muertos
y no vuelve a apaciguar.
Cementerio de rencores,
de palabras no cruzadas,
de miradas imprevistas,
de atracones de maldad.

Cuatro ojos que no ven, se desplazan por la nuca,
dos de ira,
dos de miedo,
ojos ciegos que no ven.