miércoles, 16 de junio de 2010

Con eso alcanza

A veces, Mariel creía saberlo todo. Cómo comandar un equipo de sesenta abejas, cómo tejer un pulóver sin agujas o cuál era la mejor forma de leer un libro sin abrir los ojos.
A veces pensaba que podía desaparecer, pero la idea de que nadie sepa de ella la angustiaba y prefería quedarse ahí a la vista de todos.
Con el tiempo Mariel se fue creyendo que tenía la agresividad de una fiera. En realidad era tan débil que avergonzaba.
Mariel solía tener siempre algo bueno que hacer: bordar palomas, fabricar espuma o limpiar el cuarto ese, donde hace unos años vive con su gata.
La mascota no tenía mucha intención de ser mascota, más bien era su amiga, su secretaría, su médica, su peluche a pilas.
Después de años de estar extrañando, vaya a saber uno a quien, un día mirándose al espejo, descubrió que llevaba atrapada en su ojo izquierdo, una pestaña azul. Una larga, finita y esponjosa pestaña.
Le pidió a Tata que la ayude un poco, una garra por aquí, otra un poco más allá y la pestaña tenía que salir de una u otra manera.
Pero nada, por más que la gata lo intentó mil veces, la cosa permaneció intacta.
¿Será que no es una pestaña? tal vez es el hilo que todos tenemos, digo ese, donde termina el cuerpo. En algún lugar tiene que terminar nuestra anatomía -pensaba Tata-
Mariel también lo pensaba o se lo copió en el momento, pero la teoría felina era aceptable. Podían presentarla en alguna de esas enciclopedias que hoy flotan por ahí. Tatapedia se llamaría…
Cuando terminaron a cerrar la idea, dejaron de preocuparse.
Mariel le hizo la leche y Tata le dio unos besos.