sábado, 30 de mayo de 2009

Decidir

Las opciones conviven juntas. A la inversa del espacio con el que contamos, las dudas aumentan cuando nos sentimos cada vez más apretados.

El espejo

Desalmados los pasajeros que se cambian de asiento en el colectivo,
y abandonan a sus compañeros de viaje con tal de sentarse solos.
Insoportables, las mujeres que hablan con sus amigas en el baño de un bar como si fuese impostergable eso que tienen para decir.

Compulsivos los que compran caramelos en el subte,
básicas son las mujeres que llevan tuppers en sus bolsas,
y brutos los se dicen cualquier cosa
pensando que eso es tener franqueza.

Me molestan los tipos que dicen: “chau, linda”
y las madres que gritan: “Andá con juicio”.
Me sacan las familias que no tienen perros
y la gente que tiene y contrata a un paseador.

Me molesta que ahora existan las mochilas de rueditas,
cuando yo tuve que cargarla por 12 años.
Me molestan las embarazadas que toman el subte en hora pico,
y los médicos que anuncian un principio de escoleosis.

Pero entre todas las cosas
hay una que me molesta más que nada
y es verme reflejada en cada cosa que detesto.

Un frío Imprevisto

Siete mujeres entran por la puerta casi al mismo tiempo. Azucena sigue acomodando la mercadería estante por estante, hasta terminar por el más alto. Separa los colores: rojo, azul, verde y gris. La nueva temporada de invierno está a punto de empezar.
Una señora me toma el tobillo, desesperada, grita el nombre de su hija.
- ¡Robertita, vení!
- ¡Soltáme, loca frenética! ¿Cómo me vas a agarrar así?
Azucena intenta calmar la situación.
- ¿Vos sos Roberta? Creo que te llama tu mamá.
La tensión entra en su punto máximo cuando Roberta intenta una y otra vez explotarme la cintura.
En el salón ya son veinte mujeres buscando dónde gastar plata.
- Lo que no me gusta es el color. ¿En azul no lo tenés? - dice una chica insulsa de un metro noventa.
- ¿Y a vos en violeta no te tienen, flaca? No, no tenemos en azul. Decile, Azucena, decile que sólo hay en amarillo, si no le gusta que se vaya.
Y decile a Roberta que me va asfixiar si no me suelta.
Y a Carlos, ese tipo que está ahí parado que deje de mirarme. Que a su secretaria le compre una pollera mejor, que a mí no me joda.
- Azucena, ayudame. Las chicas que están ahí ya me miraron de arriba abajo. Habíamos quedado en otra cosa, no me hagas esto. Azucena, ¿qué estás haciendo?
- Pará, pará un poco, ¿qué hacés? ¿te volviste loca? Soltame, nena.
Desde el cuartito del fondo saca un canasto y un Blem para el brillo. Marcador indeleble en la cartulina: ¡Liquidación de verano! Llévese todo por 20 pesos.
Me toco a ver si alcanzo a abrigar a alguien. No planchar, no lavar en caliente, blá blá blá, blá blá blá…talle 2…seda natural. ¿Seda natural?
Ahí vuelve Roberta. Me toma por atrás.

viernes, 29 de mayo de 2009

Fresco

Después de la tormenta sin paraguas, Clara llega a su casa empapada y muerta de frío.
Abre el portón temblando y camina hasta la cocina para hacerse un té de cedrón.
Cinco minutos más tarde, prende el calefón para llenar la bañera de agua caliente.
No se había sentido tan fría desde ese junio cuando se cayó en la pileta de sus padres mientras jugaba a las escondidas.
Hace fuerza para quitarse las botas. Se desprende la camisa. Se baja el cierre del jean. Pantalón, medias y pulóver al piso.
Desnuda, con el cuerpo entumecido, el frío se hace mucho más intenso.
Entonces se arranca las orejas, se quita uno a uno los cabellos, se desprende la piel de los brazos a ver si consigue quitarse ese congelamiento de una bendita vez.

Vocación

Anita llega del almacén con los ingredientes que le estaban faltando para preparar la torta de cumpleaños más importante de su vida.
Dulce de leche, chocolate y una bolsita con confites de colores. Las velitas se las trae Nicolás cuando llegue de trabajar.
La impecable cocina empieza a volverse mucho más cocina cuando Anita bate los huevos, tamiza la harina, agrega dos tazas de azúcar y condimenta con tres gotitas de esencia de vainilla.
La masa está lista. Después quedará pendiente la decoración y las velitas de Nicolás.
La página sesenta y dos del libro de Narda Lepes aclara: “De cuarenta a cuarenta y cinco minutos en horno moderado”.
Anita duda. Los cinco minutos opcionales pueden hacer que el bizcochuelo se desinfle por sacarlo antes o bien se queme por llegar tarde.
Así que para no perderle el ojo a su obra maestra, Anita abre la tapa del horno y por las dudas, se mete junto a la futura torta durante los cuarenta o cuarenta y cinco minutos de cocción. No vaya a ser que por su culpa se arruine un cumpleaños.
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