sábado, 5 de febrero de 2011

La casa de Habana y Zamudio


Sinceramente en esa casa, siempre había algo que limpiar.
El día me empezaba temprano: trapos, baldes, escobas y un millón de productos para pulir, lustrar y lijar.
Al llegar la noche, la luz se iba junto a la capacidad de mis ojos de ver alguna que otra pelusa más.
Sábanas impecables, alfombras perfumadas y una lista imperdonable de mil cosas que debe hacer una mujer, para ser mujer.
Durante la semana me asignaba las tareas hasta lograr que nadie sepa quién vivía en esa casa.
Un día quedé mirando el polvo que se había acumulado en el borde de la ventana por horas. Perdí con eso mi rutina. Y cuando llegó la noche ya era tarde, y en mi casa comenzaron a verse mis horribles huellas. Indefectiblemente había que hacerse cargo: yo había estado ahí.
Hay lugares que se mantienen con nuestras marcas, esperando que volvamos para atraparnos otra vez.
Hay casas que no se limpian con nada. Mientras sigamos ahí.