sábado, 20 de febrero de 2010

Alivio

Antonia no hacía más que refugiarse en esa casa, en la almohada y sus mil plumas. Creía que los objetos que la rodeaban la querían y pensaba que las personas que tenía cerca no sabían entenderla.
Antonia era al revés.
Y fue, sumergida en esa tristeza, que vio como el tiempo se le iba desmoronando despacito hasta sentir que se le caía encima.
Nada le alcanzaba a la pobre tipa.
Había días que elegía refugiarse en un ropero y otras en un teléfono. Apoyaba el oído y se convencía que alguien estaba del otro lado, hablándole de todo eso que hablan las parejas. La invitaban a salir, le comentaban las noticias, le leían los chistes del diario y le relataban fotos de vacaciones que nunca habían existido.
Cuando ya no daba más y comenzaba a sentir que se le anudaba el alma, salía de la casa y corría en busca de alguien de carne y hueso.
Y ella siempre estaba ahí.