lunes, 12 de octubre de 2009

Al comienzo

Isaías empezó la conquista exactamente en el vértice donde Artigas y Salvador se conocían. Ese día se preparó su corbata a cuadros, sus lentes, se pasó la afeitadora de juguete y salió corriendo.
El muchacho transpiró y se quitó la bufanda casi asfixiado. Es que el calor de invierno no permite mucho margen de error. Ataca por el pecho y en segundos llega al cuello.
Y con Clara le pasó algo bastante parecido: se apuró, se enamoró, le regaló un perfume y la aceptó tal cual era hasta el septiembre de un año cualquiera.
Entre asfixiarse en invierno y angustiarse en primavera, no sabía con cuál quedarse.
Isaías era de esos tipos que de frente parecen hombres y de costado, unos nenes. Dicen que las mujeres que lo veían de frente quedaban encandiladas.
También dicen que el dolor es pasajero y que el tiempo lo cura todo.
Que en Misiones la tierra es roja y que en Cuba el agua es transparente.
La gente dice cosas y al resto nos gusta creerle.
Más o menos así le creía a Isaías en los primeros años, cuando casi jugábamos en la vereda. Yo a las muñecas y él a ser grande.