lunes, 12 de octubre de 2009

Al comienzo

Isaías empezó la conquista exactamente en el vértice donde Artigas y Salvador se conocían. Ese día se preparó su corbata a cuadros, sus lentes, se pasó la afeitadora de juguete y salió corriendo.
El muchacho transpiró y se quitó la bufanda casi asfixiado. Es que el calor de invierno no permite mucho margen de error. Ataca por el pecho y en segundos llega al cuello.
Y con Clara le pasó algo bastante parecido: se apuró, se enamoró, le regaló un perfume y la aceptó tal cual era hasta el septiembre de un año cualquiera.
Entre asfixiarse en invierno y angustiarse en primavera, no sabía con cuál quedarse.
Isaías era de esos tipos que de frente parecen hombres y de costado, unos nenes. Dicen que las mujeres que lo veían de frente quedaban encandiladas.
También dicen que el dolor es pasajero y que el tiempo lo cura todo.
Que en Misiones la tierra es roja y que en Cuba el agua es transparente.
La gente dice cosas y al resto nos gusta creerle.
Más o menos así le creía a Isaías en los primeros años, cuando casi jugábamos en la vereda. Yo a las muñecas y él a ser grande.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Tu Carlos, mi Carlos.

Carlos es un tipo común. Prepara la leche como tiene que ser. Dos cucharadas de azúcar y el resto está casi hecho. La leche tiene que ser descremada, porque es mucho más sana que la otra.
Hace años que está esperando que salgan unas tostadas más light de las que habitualmente encuentra en el supermercado.
Hace años que espera eso, y a alguien que lo quiera un poco más que su gata, Florencia. Una siamesa domesticada a su perfecta imagen y semejanza.
Carlos desayuna y cena en la misma mesa. Un tablón de madera, seco, viejo, pero correcto.
Carlos es definitivamente un tipo común. Trabaja en un local de licuadoras y lavarropas. Sabe de tecnología y de tarjetas de crédito. Maneja a la perfección el arte de los descuentos y los intereses a favor, como siempre, del cliente.
Carlos se arremanga la camisa, porque eso lo hace parecer mucho más cercano a la gente, mucho más trabajador, mucho más Carlos.
El tipo almuerza mientras mira de reojo a la única mujer que le quitó el sueño. Analía es del sector de depiladoras y aspiradoras. Sabe dar consejos femeninos y pasa horas mirándose en el reflejo de los estantes de vidrio.
De todas formas, Analía apenas registra los ojos de Carlos. Parece que en este último tiempo no hace otra cosa que mandarse mensajes con Alberto, el tipo que la llevó a cenar varias veces y que según dice está a punto de divorciarse de su mujer.
Esta mañana Carlos no está tan contento como siempre. Su mamá lo invitó a cenar. Y Carlos no sabe decir que no. Que no tiene ganas, que prefiere quedarse con Florencia mirando una película.
Es difícil romper con aquello que desde siempre consideramos correcto. En algún rincón, Carlos decretó que cuando uno se compromete, tiene que cumplir. Y cada segundo que pasaba de su vida, el rincón se agrandaba, ocupaba más y más el espacio. Todo tenía que ser tal cual el mismo lo había establecido.
Dicen que los límites los ponemos nosotros y que tienden a afianzarse con el tiempo. Como una droga. Nuestra propia droga.
Una vez Analía había pensado al menos un poco en Carlos. Pero no estaba bien visto que los empleados se relacionen por fuera del local. Así que una vez más, el tipo abandonó lo que quería, resignó lo que tenía ganas y lo cambió por un descuento del 30% en cualquiera de los electrodomésticos en stock.
Se puede vivir así toda la vida. Dando vueltas entre lo que aprendimos cuando teníamos granos, dudas y un cajón de angustias.
Dicen que lo que tapamos, no se borra. Lo que tapamos, se pudre.
Y el hombre estaba podrido.
Hoy cenó con su madre, tal cual lo había prometido. Los ravioles le hacían confundir sus recuerdos. Se preguntaba a si mismo si así eran las pastas de mamá, si esa salsa, esos sabores, eran los mismos que años atrás le habían parecido tan incomparables.
Claro que las pastas eran las mismas. El único desilusionado era el estúpido de Carlos, que durante toda su vida creyó que su madre hacía los mejores ravioles del barrio.
El mismo estúpido que se había creído que dentro de poco llegarían unas tostadas más light, el que esperaba que lo asciendan después de 20 años y el creía que Analía era una mujer demasiado peligrosa que podía hacerle perder el trabajo.
Por eso se convenció de que estaba comiendo los mejores ravioles, que tenía un gran futuro y que era sumamente correcto no mezclar las cosas.
El tipo salió de la casa de su madre convencido de que era pura y llanamente un Carlos feliz.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Llegar



Senderitos de un camino que aún falta transitar,
la viejita va vestida de un color sentimental.
Fantasea que la vida ya está restando
pero es sólo aquel cansancio trabajando sin cesar.
Sobre aquellos hombros flacos,
un cogote balanceado
su mirar, un resplandor.
La viejita no duerme, porque en sueños se cree,
una dama en soledad.
La viejita camina, sin miedo a ser viejita
porque lleva las certezas que otros mueren por hallar,
sin el miedo por los riesgos, de los baches, las veredas.
de una Plata con sus ríos, planta baja dpto A.
¿El transcurso de su vida? biografía de una dama
que fue siempre intentó más.
Los derrumbes, las victorias, las ganancias mal cobradas,
hacen que la vieja imponga su más sincera verdad:
No hay escritos que te anuncien, ni señales que te adviertan,
al costado, hacia delante, nunca un paso para atrás.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Casi Vecinos

En el barrio de Avigneón, tenemos de todo.
No existe nada, absolutamente nada que nos haga falta.
Tenemos toda la familia de los “lava”: Lavarropas, lavavajillas, lavadero, laverap.
Tenemos hijos, ojos celestes, spa, sum y dos arco iris.
Hay un hospital para que a nadie le duela la panza.
Tenemos una planta de tomates riquísima.
Tenemos nombres, unos trescientos cuarenta y siete nombres diferentes, que no voy a dar ahora por supuesto, pero les digo que con nuestros apellidos quedan divinos.
Hay una escuela lindísima, tres maestras, una mini bibliotequita, dos canchas de tenis y ochocientos celulares para los chiquis.
Dos plazas, una con un tobogán grandísimo, también divino.
Todo esto vigilado las veintisiete horas del día.
Si uno quiere quedarse más tranquila puede contratar un guardaespaldas o dos y pedirles que se queden adentro de la casa.
Del miedo nos olvidamos.
Lo que sí, después de todo un día en Avigneón, quedamos de cama. Yo tengo que encargarme de los chicos, de que Martita no rompa nada, de que me terminen de colocar el jacuzzi y de la remodelación del cuarto de Martina.
Los útiles del cole se venden en Shop School, una tienda súper divertida que también vende ropita de las marcas más lindas que llegan al barrio.
Y después de todo, eso si nos llega a quedar un minuto libre, vamos al Gym Cool. Ahí nos dan unas clase hiper novedosas.
Una se llama Aero Dancing Boxing Air, es una técnica nueva que te deja increíble. Pegás patadas pero adentro de una esfera de aire y tenés a dos chicas que te van tirando vapor, cuando no podés más gritás “Stop” y la bola se para sola. Pero bueno, son gustos que nos damos de vez en cuando, si es que tenemos tiempo.
Porque para nosotros lo más importante es la familia, la casa, el lugar donde vivimos.

viernes, 31 de julio de 2009

Distancia

Cada vez que me pongo a pensar en dònde estoy, solita me respondo: -estoy lejos.

Làstima que las preguntas asi, no aparecen cuando una està cerca.

sábado, 18 de julio de 2009

Lo que voy a llevar, lo que voy a dejar.

En unos días voy a hacer un viaje.
Mi amiga me dijo que como máximo puedo llevar diez kilos de peso, porque en los vuelos baratos no te dejan despachar nada.
Espero que no se enoje, por ahora en mi mochila ya metí un jardín
.

Palabras pendientes

Busqué y busqué y busqué por horas.
Hasta encontrar que la última vez que le hablé no fue la última vez que lo vi.
Que la última vez que lo vi, no fue la última vez.
Y que unas semanas atrás, besé esa mano antigua, suave, histórica y mirándolo a los ojos le dije: Il padrino, il mio padrino.

miércoles, 15 de julio de 2009

Día libre


Ana prepara la leche para sus dos hijos. Aunque a ella le gusta tomar el té.
A veces pienso que las madres se olvidan de lo que son, con tal de ser madres.
Tomás mira de reojo a Clarita, la molesta, le saca la lengua y la empuja con los codos para ganar más espacio en la mesa. Su hermana le hace acordar a Francisca, la compañerita nueva que tanto le gusta.
Pero a Clarita poco le importa, ayer se quedó mirando hasta tarde un documental de lagartos gigantes que le quitó el sueño y las ganas de desayunar inclusive.
El reflejo del sol pega por la ventana y da justo en la taza de corazones de Clarita.
-¿Por qué no puedo llevarme este rayo a la escuela?
Clarita pregunta indignada, no es gracioso que siempre haya que elegir. Que siempre tenga algo que perder.
- Mamá, quiero juntar lo lindo y vivir ahí nomás.
En un segundo todo se desvanece. El timbre pasa a buscarlos.
No importa que sea para algo mejor. Que sea el micro de la escuela, un remis o el amor de nuestras vidas. Cuando nos pasan a buscar, lo que existía hasta un segundo antes, cambia. Desaparece.
Ahora hay que abrigarse, buscar las llaves, decirle al chofer que nos espere, correr, besar a mamá y dejar de estar donde estábamos.
Terrible angustia. Para los que se van. Para los que se quedan. Pobre Ana.
Espero que Tomás no vuelva con una mala nota y que a Clarita no le agarre algún berrinche para que le compre un perro.
Seis horas hasta que vuelva a sonar el timbre. El desvanecedor de momentos.
Estoy segura que seríamos mucho más felices si el tiempo no se fracturara tanto.

Ana lagrimea. Se desespera cuando mira la agenda repleta de turnos para ir al médico, al dentista y a la dermatóloga porque a Tomás le salió un sarpullido. Tiene anotados programas para ver en la tele, cumpleaños, la dirección para comprarse el vestido antes que llegue el sábado, la plata que le debe al almacén y un teléfono para averiguar por unas clases de yoga.
¿Qué es perder el tiempo?
Dicen que hacer yoga trae calma y hace bien. Yo pienso que Anita está más cerca de quitarse compromisos que de sumar algo más a su vida.
Perder el tiempo es gastarlo en nada. O peor, ocuparlo todo.
Debe ser por eso que Anita es tan escurridiza. Se escapa, porque el tiempo nunca le alcanza. Entonces vive media hora adelantada. Entonces se pierde de lo que pasa media hora antes.
Por eso no sabe que a Tomás le gusta Francisca o que a Clarita ya no le interesan los perros y que ahora quiere un lagarto gigante, como los de la tele.

De tanto hacer, Anita no hace nada.
Por eso ayer cerró la agenda de los mil y un compromisos. Le dijo a su jefe que estaba enferma, abrió la ducha y se dio un baño eterno.
Bueno eterno, lo que se dice eterno no. Duró hasta que sonó el timbre, claro.

lunes, 6 de julio de 2009

Cálculo Trágico

Ácidos pólipos. Víctima de un cúmulo de eléctricos átomos que se incrustaron como estúpidos pájaros en el hígado.
Prototípicos y monótonos médicos, abandonaron sus clásicas prácticas y dejaron de darme ánimo con un diagnóstico tan catastrófico como caótico.
Qué lástima.
Déficit de ángeles y tres únicas lágrimas. El lógico espectáculo de mi último capítulo.
Mi trémula pérdida se disuelve entre la mística y la patética música fúnebre.

viernes, 26 de junio de 2009

Planes para después

Mañana voy a sonreír cuando me enoje, aunque me sobren las ganas de llorar y tenga una bola de chinches en la garganta.

Mañana voy a insultar una o dos veces en voz baja, al tipo que se anime a desenvolver un caramelo o a masticar el pochoclo en un cine.

Mañana voy a tocarle el tapado de piel a una señora sin que lo note y después entrar en una peluquería para gritarles a todas las mujeres que son lindas así como están, que no necesitan hacerse nada.

Mañana voy a mirar vidrieras de hombres, preguntar por precios que no me importan y entrar al probador a reírme un rato.

Mañana voy a entrar a un edificio bien alto y viajar en ascensor por lo menos 20 pisos. En caso de que alguien me llegara a preguntar algo, le voy a decir que pretendo subir.

Mañana voy a dormirme parada en algún colectivo, para que me sostengan extraños de buen abrigo, como los que se aparecen en pleno calor de invierno.

Hoy dejo todo para mañana.

lunes, 15 de junio de 2009

Prefiero guardar un peluche


Conozco a varias mujeres, que suelen sacar de sus elegantes carteras un perfume Johnson´s Baby con total naturalidad.
Si mal no leí, la loción imita a un bebé recién bañado. A un bebé con mantita, con pañales, con talquito. A una criatura inocente que aún no puede comprarse su propio perfume.

Acepto que tengamos buenos, buenísimos recuerdos de nuestra infancia, pero de ahí a pretender oler igual que un bebito hay un gran paso.
Mujeres raras las de hoy.


sábado, 13 de junio de 2009

Lo que viene conmigo


Robo encendedores. Pero después no los devuelvo.
Los arranco de sus dueños.
Me parece injusto tener que pagar por algo que es mío.
Me da ira comprar fuego.

martes, 9 de junio de 2009

Nada por sentado

Se suponía que estaríamos bien.
Que te volvería la calma al cuerpo.
Que tu histeria urbana iba a cesar.
Que acá ibas a encontrar lo que tanto te estaba haciendo falta.
Que ya no pelearías con las nenas de la cuadra.
Que te harías biodegradable.
Que formaríamos uno.
Pensaba que después de un tiempo,
dejarías de encapricharte con los políticos, con los sueldos, con las huelgas.
Habíamos quedado en que me llamabas a las once de una noche.
Se suponía que no eras tan imbécil.

Volver



La nena soltó esa cadena que le lastimaba las rodillas, se desató el moño del pelo y completamente despeinada fue a buscar a los tres negritos que la hospedaron por setenta días y medio en una de las casas del barrio Mantú Mará.
Durante ese tiempo se dedicó a plantar árboles. El más grande fue un Tilo, que ahora vive con ella en la casa del techo de vidrio.
Después jugó a cocinar, a lavar la ropa y a mover las manos hasta confundirlas con el viento.
Cumplidos los setenta días, volvió.
Volvió ella y su mochila de pesares.
Volvieron los colectivos repletos de gente, los encontrones de Parque Patricios, las histéricas botas de invierno, un insoportable concurso de cine y varias peleas con la otra nena que vivía no tan lejos de la casa con techo de vidrio.

Sanar

Hoy lo lindo es cerrar los ojos
y contar con la certeza
de llevarte en cada paso.

Y no te preocupes si me vuelvo azucarada
ya voy a compensar esta cursilería
insultando a algún taxista,
usando ropa gastada,
o saliendo sin paraguas
aunque el cielo se esté cayendo a pedazos.

Lo que te prometo,
es quedarme con tu inconfundible voz de abuelo,
con tus impostergables siestas,
con tus inoportunas sonrisas.

Con tu mirada voy a lograr
la foto más intensa que jamás nadie imaginó.
Y con tus arrugas pienso armar un bandoneón,
para que sigas sonando en tus nietos,
en tus hijas,
y en Rosita.

Pero recién cuando sea de noche,
esté todo bien oscuro,
y nadie pueda escucharme
voy a decirte cuánto te quiero
aunque tenga que cerrar los ojos
Para volver a encontrarte.

viernes, 5 de junio de 2009

Precisamente ahora

Cuarenta, veinticinco, veinte y punto muerto.
El semáforo funciona como el gruñido del león, ése que anuncia con trompetas la llegada de un espectáculo.
Los hombres de rojo, enfrente, confirman las sospechas.
Un Renault 12 a la derecha y un 147 repleto de gente, justo atrás de mí.
Espero en primera, pero nunca llego a distenderme, entiendo que esto no va a durar mucho más.
En la calle, un hombre con pocas habilidades, intenta hacer que este instante se vuelva mucho, pero mucho más largo.
Mientras los de rojo siguen esperando. Los de rojo y dos mujeres de tapados bien peludos, que rezan para que todo esto termine del otro lado de la calle.
El tiempo se disuelve en el tiempo.
Seis clavas en el aire y ya no hay malabares que distraigan a nadie.
La furia empieza a brotar. Tenemos hijos, partidos de tenis, almuerzos, novelas y hornallas esperándonos en nuestras casas. Tenemos cosas más importantes como para que el tiempo se detenga justo ahora.
Cuando todo está a punto de explotar, los hombres de rojo empiezan con la revuelta. Se apagan para volver con más fuerzas, vienen y van. Marchan, como agitando a las masas, buscando en peatones y conductores de todo tipo, la llegada de una gran revolución.
Es evidente que ya nadie tolera semejante pérdida de tiempo.
La lucha contra la opresión de la espera toma más fuerzas cuando se le suma una de las mujeres con tapado, que abandonando la vereda, se anima a desafiar autoridades.
Basta de esperar.
El mástil amarillo sigue inmune, obediente y casi descerebrado, pero igual no lo culpo.
Ya no son seis clavas en el aire. Ahora el tipo tiene tres en una mano y tres en otra. Camina por las ventanillas cerradas, esperando como nosotros que la emboscada urbana termine.
Con una postura mucho más violenta, verdes hombres se imponen sobre el resto. Aniquilan a los de rojo, permiten nuestro paso y con eso, ya no quedan testigos de la falta de libertad constante que se vive en Pampa y Triunvirato.

miércoles, 3 de junio de 2009

La envidia sin respaldo

Por creer en fantasías,
de sentirse el centro mismo
de una vida muy cercana,
que se aleja por ajena,
una vida que te engaña,
te revuelve,
ya no es tuya,
te estabas volviendo, loco,
inseguro, insatisfecho,
más que nada una resaca,
una escoria de tu mundo,
un vacío existencial.

Por la espalda lo atrapaste, te vengaste, lo escupiste,
lo pinchaste, lo mataste
y él no supo a quién mirar.
Quemarropa muerte sana,
deja viva incertidumbre,
que despierta entre los muertos
y no vuelve a apaciguar.
Cementerio de rencores,
de palabras no cruzadas,
de miradas imprevistas,
de atracones de maldad.

Cuatro ojos que no ven, se desplazan por la nuca,
dos de ira,
dos de miedo,
ojos ciegos que no ven.

sábado, 30 de mayo de 2009

Decidir

Las opciones conviven juntas. A la inversa del espacio con el que contamos, las dudas aumentan cuando nos sentimos cada vez más apretados.

El espejo

Desalmados los pasajeros que se cambian de asiento en el colectivo,
y abandonan a sus compañeros de viaje con tal de sentarse solos.
Insoportables, las mujeres que hablan con sus amigas en el baño de un bar como si fuese impostergable eso que tienen para decir.

Compulsivos los que compran caramelos en el subte,
básicas son las mujeres que llevan tuppers en sus bolsas,
y brutos los se dicen cualquier cosa
pensando que eso es tener franqueza.

Me molestan los tipos que dicen: “chau, linda”
y las madres que gritan: “Andá con juicio”.
Me sacan las familias que no tienen perros
y la gente que tiene y contrata a un paseador.

Me molesta que ahora existan las mochilas de rueditas,
cuando yo tuve que cargarla por 12 años.
Me molestan las embarazadas que toman el subte en hora pico,
y los médicos que anuncian un principio de escoleosis.

Pero entre todas las cosas
hay una que me molesta más que nada
y es verme reflejada en cada cosa que detesto.

Un frío Imprevisto

Siete mujeres entran por la puerta casi al mismo tiempo. Azucena sigue acomodando la mercadería estante por estante, hasta terminar por el más alto. Separa los colores: rojo, azul, verde y gris. La nueva temporada de invierno está a punto de empezar.
Una señora me toma el tobillo, desesperada, grita el nombre de su hija.
- ¡Robertita, vení!
- ¡Soltáme, loca frenética! ¿Cómo me vas a agarrar así?
Azucena intenta calmar la situación.
- ¿Vos sos Roberta? Creo que te llama tu mamá.
La tensión entra en su punto máximo cuando Roberta intenta una y otra vez explotarme la cintura.
En el salón ya son veinte mujeres buscando dónde gastar plata.
- Lo que no me gusta es el color. ¿En azul no lo tenés? - dice una chica insulsa de un metro noventa.
- ¿Y a vos en violeta no te tienen, flaca? No, no tenemos en azul. Decile, Azucena, decile que sólo hay en amarillo, si no le gusta que se vaya.
Y decile a Roberta que me va asfixiar si no me suelta.
Y a Carlos, ese tipo que está ahí parado que deje de mirarme. Que a su secretaria le compre una pollera mejor, que a mí no me joda.
- Azucena, ayudame. Las chicas que están ahí ya me miraron de arriba abajo. Habíamos quedado en otra cosa, no me hagas esto. Azucena, ¿qué estás haciendo?
- Pará, pará un poco, ¿qué hacés? ¿te volviste loca? Soltame, nena.
Desde el cuartito del fondo saca un canasto y un Blem para el brillo. Marcador indeleble en la cartulina: ¡Liquidación de verano! Llévese todo por 20 pesos.
Me toco a ver si alcanzo a abrigar a alguien. No planchar, no lavar en caliente, blá blá blá, blá blá blá…talle 2…seda natural. ¿Seda natural?
Ahí vuelve Roberta. Me toma por atrás.

viernes, 29 de mayo de 2009

Fresco

Después de la tormenta sin paraguas, Clara llega a su casa empapada y muerta de frío.
Abre el portón temblando y camina hasta la cocina para hacerse un té de cedrón.
Cinco minutos más tarde, prende el calefón para llenar la bañera de agua caliente.
No se había sentido tan fría desde ese junio cuando se cayó en la pileta de sus padres mientras jugaba a las escondidas.
Hace fuerza para quitarse las botas. Se desprende la camisa. Se baja el cierre del jean. Pantalón, medias y pulóver al piso.
Desnuda, con el cuerpo entumecido, el frío se hace mucho más intenso.
Entonces se arranca las orejas, se quita uno a uno los cabellos, se desprende la piel de los brazos a ver si consigue quitarse ese congelamiento de una bendita vez.

Vocación

Anita llega del almacén con los ingredientes que le estaban faltando para preparar la torta de cumpleaños más importante de su vida.
Dulce de leche, chocolate y una bolsita con confites de colores. Las velitas se las trae Nicolás cuando llegue de trabajar.
La impecable cocina empieza a volverse mucho más cocina cuando Anita bate los huevos, tamiza la harina, agrega dos tazas de azúcar y condimenta con tres gotitas de esencia de vainilla.
La masa está lista. Después quedará pendiente la decoración y las velitas de Nicolás.
La página sesenta y dos del libro de Narda Lepes aclara: “De cuarenta a cuarenta y cinco minutos en horno moderado”.
Anita duda. Los cinco minutos opcionales pueden hacer que el bizcochuelo se desinfle por sacarlo antes o bien se queme por llegar tarde.
Así que para no perderle el ojo a su obra maestra, Anita abre la tapa del horno y por las dudas, se mete junto a la futura torta durante los cuarenta o cuarenta y cinco minutos de cocción. No vaya a ser que por su culpa se arruine un cumpleaños.
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