viernes, 5 de junio de 2009

Precisamente ahora

Cuarenta, veinticinco, veinte y punto muerto.
El semáforo funciona como el gruñido del león, ése que anuncia con trompetas la llegada de un espectáculo.
Los hombres de rojo, enfrente, confirman las sospechas.
Un Renault 12 a la derecha y un 147 repleto de gente, justo atrás de mí.
Espero en primera, pero nunca llego a distenderme, entiendo que esto no va a durar mucho más.
En la calle, un hombre con pocas habilidades, intenta hacer que este instante se vuelva mucho, pero mucho más largo.
Mientras los de rojo siguen esperando. Los de rojo y dos mujeres de tapados bien peludos, que rezan para que todo esto termine del otro lado de la calle.
El tiempo se disuelve en el tiempo.
Seis clavas en el aire y ya no hay malabares que distraigan a nadie.
La furia empieza a brotar. Tenemos hijos, partidos de tenis, almuerzos, novelas y hornallas esperándonos en nuestras casas. Tenemos cosas más importantes como para que el tiempo se detenga justo ahora.
Cuando todo está a punto de explotar, los hombres de rojo empiezan con la revuelta. Se apagan para volver con más fuerzas, vienen y van. Marchan, como agitando a las masas, buscando en peatones y conductores de todo tipo, la llegada de una gran revolución.
Es evidente que ya nadie tolera semejante pérdida de tiempo.
La lucha contra la opresión de la espera toma más fuerzas cuando se le suma una de las mujeres con tapado, que abandonando la vereda, se anima a desafiar autoridades.
Basta de esperar.
El mástil amarillo sigue inmune, obediente y casi descerebrado, pero igual no lo culpo.
Ya no son seis clavas en el aire. Ahora el tipo tiene tres en una mano y tres en otra. Camina por las ventanillas cerradas, esperando como nosotros que la emboscada urbana termine.
Con una postura mucho más violenta, verdes hombres se imponen sobre el resto. Aniquilan a los de rojo, permiten nuestro paso y con eso, ya no quedan testigos de la falta de libertad constante que se vive en Pampa y Triunvirato.